Tantas veces repetía que quisiera deshumanizarse para no
sentir tanto. Para no sufrir. Que todo sería más fácil si no sintiese todo tan
intensamente. Si no esperara en cada nuevo minuto el milagro que revolucionara
su vida en un instante y para siempre. Sino esperara. Siempre esperando lo que
jamás iba a venir. Siempre.
Tantas veces lo pidió, que el deseo fue, al fin, concedido
por obra y gracia de la maldad en forma de mujer. Había sentido con ella todo
tan intensamente que al irse se llevó todo lo que quedaba para sentir. Al irse
ella, claro, siempre son ellas las que se van. Siempre.
Y ahora, sí, quedó deshumanizado. Incapaz de sentir cosas
nuevas. Por nada. Por nadie. Se acerca peligrosamente a convertirse en una de
esas personas que detestaba. Las que piensan solamente en ellas mismas porque,
total, las demás siempre te van a cagar. Las que lloran por no poder volver a
confiar. Las que perdieron la esperanza. Las que piensan que nunca podrán volver
a amar. Nunca.