Es sólo un charco a cruzar, entonces lo quiero saltar, pero no lo esquivo porque se convierte en mar y me comienza a tapar. Estoy desnudo y el mar es cada vez más grande. Me cuesta cada vez más cruzar y hay agua, cada vez más agua, cada vez más gente y el agua empieza a llegarme al cuello. Entonces tengo que nadar aunque no sepa hacerlo. La gente se convierte en un obstáculo. Me comienzo a cruzar con algunas chicas. Las que conozco bien y las que quisiera conocer. Unas me saludan a lo lejos. Otras se ríen de mí. Yo no puedo hablar. Ojalá pudiese pedirles la ayuda que necesito para poder ir más allá, quedarme fuera del camino. Pero estoy sin habla y me desvanezco mientras el agua me tapa.
Entonces despierto y corro a hacer pis. Avergonzado por tener un sueño tan fácil de dilucidar. Pero al instante me doy cuenta que mi cara está inundada de lágrimas y que tengo una angustia que no puedo descifrar. A las cuatro de la mañana pienso que tal vez todavía estoy soñando.
Mientras tengo un llanto de esos que parecen por nada pero son por todo me acuerdo de la última vez que estuve en el mar. La playa estaba desierta. Dejé todo. Mis anteojos, la plata, una mochila, la ropa. No pensé en que podrían desaparecer. Confié. Por primera vez en mucho tiempo confié, corrí y me dejé arrastrar. Me llené de mar y confianza. Me inundé de calma y decidí que ahí se iban a quedar todos mis tormentos de entonces. Dejé todo. Lloré y decidí que mis lágrimas se mezclen con el mar. Decidí soltar. En el agua se quedaría todo lo que me hacía sufrir. Mis fobias, mis vergüenzas, la incertidumbre, la desconfianza, mis miedos, ellas. Todo lo dejé ahí.
Dejé todo. Eso no fue un sueño. Necesito no olvidarlo.
Qué lindo texto.
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