
No conocí al tipo que se acaba de morir. Parece que pocos realmente lo conocieron. Pero algo me impulsa a querer despedirlo a pesar de que nunca fui a un funeral. Siento la necesidad de estar con mi madre que sí va a decirle adiós en Banfield. Pero no puedo. No puedo decirle a ella que no, así que agarro mi guitarra y parto hacia Barracas. Porque una muchacha y una guitarra para poder cantar, esas son cosas que en esta vida nunca me han de faltar. Él lo dijo antes de que Drexler dijese lo de Mi guitarra y vos (z).
Mientras viajo con el 51 por la avenida Irigoyen voy mirando las veredas llenas de gente que lo espera con flores y empiezo a pensar sino nos cruzaremos, sino podré yo también despedirlo. Justo en el momento en el que el colectivo se está desviando de su recorrido habitual y en el que supongo que no lo despediré, el coche fúnebre pasa por al lado de mi ventana. Entonces, toda la gente que está en la vereda, la del colectivo y yo aplaudimos. Me pongo a llorar.
¿Por qué lloro si no conocí a ese tipo? Supongo que lloro porque todo es tan frágil, tan vulnerable, y esa voz estuvo en mi oído desde que tengo memoria. Cada lágrima no sólo despide al tipo que compuso uno de los primeros rocks en castellano y que versionó a Dylan, The Beatles, Chuck Berry, Little Richard, The Animals y The Kinks sino al que musicalizó muchos de los recuerdos más lindos y simples de mi infancia. Una noche en Santa Teresita en la que escuchábamos de colados su show aunque yo estaba casi dormido en brazos de mi madre…Mi madre, con la que mirábamos todas sus películas en las tardes de domingo: Esa en la que se peleaba en calzoncillos, esa en la que se quedaba ciego, en la que lloraba la muerte de la capitana y todas en las que era el alma de la fiesta. En cada lágrima se iba también el recuerdo de que en imitarlo para mi madre quizás esté el origen de mi vocación y de aquella vez que comencé un monólogo con 3.000 tambores. Sobretodo lloro porque todos esos mediodías, esos momentos simples de niñez, todo mi pasado nunca lo voy a recuperar y gran parte de todo eso se va en ese coche que va para el sur. Mientras yo viajo para el Norte a intentar un futuro brillante con ella. Metafórico y literal a la vez.
Hoy, un año después, lloro porque el pasado ya se fue pero el futuro nunca llegó.
“No sé si tendrás quien te espere o que desespere como lo hice yo”.
Adrián, el que la contemplaba en su adorable juventud